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Internacional de la educación
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Un día en la vida de ... Nadia, profesora en una escuela romaní

publicado 27 febrero 2006 actualizado 27 febrero 2006

El cometido no es fácil y es preciso recomenzar incansablemente, sin embargo, Nadia Georgiova, profesora búlgara, por nada en el mundo querría dejar la escuela nº 7 de Sliven.

La escuela nº 7 de Sliven, 270 km al Este de la capital Sofía, tiene 1.250 alumnos y alumnas, todos o casi todos, romaníes. Los 700.000 romaníes de Bulgaria representan el 8,9% de la población y, como en todos los países de la región, sus resultados escolares son inferiores a la media nacional. En 15 años de transición hacia la democracia y la economía de mercado, el analfabetismo de los romaníes adultos se ha duplicado: la tasa media es del 20%.

Mantener el contacto A fin de intentar frenar este fenómeno, los titulares de clase de la escuela nº 7 tomaron la iniciativa de visitar el barrio romaní lo más a menudo posible. Una vez por semana, Nadia Georgiova va a visitar a los padres romaníes para alentarles a escolarizar a sus hijos e hijas, convencerles de dejar volver a los que han abandonado la escuela, o simplemente para tener noticias y comprender mejor sus problemas. "Se forman lazos de confianza. Actualmente, entre las madres entrevistadas, está una de mis primeras alumnas. Me prometió que sus hijos vendrían a la escuela", explica Nadia con la misma sonrisa radiante con la que se entrevista con las familias romaníes.

Nadia trabaja desde hace unos veinte años en este establecimiento escolar y no desea por nada en el mundo trabajar en otra parte. Reconoce que muchos jóvenes profesores/as se dan por vencidos al cabo de algunas semanas, y los comprende. "Es verdad que a veces se tiene la impresión de construir sobre arena: se trabaja intensamente con un grupo de niños y en el momento en que empiezan a verse los resultados, la mitad de ellos desaparece durante varias semanas. Muchos romaníes trabajan como temporeros y se llevan a sus hijos. Actualmente, está empezando la temporada de cerezas. Entonces, se negocia con los padres, por ejemplo, hacer los repasos y los exámenes antes de que se vayan. Las chicas representan otro reto. A los 12 ó 13 años, los padres suelen sacarlas de la escuela porque desean mantener sobre ellas un control social absoluto, arreglando ellos mismos los matrimonios".

Sin embargo, Nadia destaca también los aspectos gratificantes de su trabajo: "Me siento en conexión con la vida de verdad, con la obligación de responder a sus expectativas. Eso exige mucho esfuerzo y astucia, a menudo tengo la impresión de asumir varias funciones al mismo tiempo: docente, psicóloga, asistente domiciliaria, etc. En clase, se plantea el problema del idioma. Por el momento, no hay profesor romaní, es una pena. Una compañera habla turco, ya es algo. Los alumnos más jóvenes no conocen el búlgaro. Al principio, es necesaria la ayuda de un alumno de mayor edad para darse a entender. Asimismo, deben tenerse en cuenta las rivalidades entre grupos y zonas del barrio. A los padres de grupos antagonistas no les gusta que sus hijos asistan a clase juntos. Es difícil, pero me gustan estos retos. Y a fin de cuentas, es una recompensa verles terminar el ciclo completo con un sólido bagaje a cuestas".

El equipo de pedagogos también dedica su energía a la cohesión del grupo. El diálogo entre los profesores/as es constante, se intercambian las experiencias, se pulen los métodos. El equipo está muy satisfecho con la instauración de una clase preparatoria entre el parvulario y la escuela primaria.

La brecha entre las palabras y los hechos Las federaciones de docentes agrupan lo esencial de profesores/as y personal de las escuelas, lo que les da legitimidad para iniciar debates importantes a escala nacional. Los sindicatos de docentes ejercieron también una presión tan intensa como eficaz para permitir, especialmente, la aprobación en 2003 de la ley sobre la protección contra la discriminación. Todos los días, los sindicatos trabajan también con unas cuarenta organizaciones romaníes y alientan el tipo de iniciativas tomadas por los profesores y profesoras de la escuela nº 7.

Mitto Mitev siente amargura al ver la discordancia entre las palabras y la realidad del terreno, es decir, las condiciones de vida que se deterioran entre los romaníes y la proliferación de los prejuicios y la xenofobia en todas las capas de la sociedad. Mitto sabe que su escuela está amenazada, porque se considera segregacionista. "Dirijo una escuela de una zona en la que sólo viven romaníes. Por mi parte, propongo ver el problema desde el sentido opuesto: procuremos que el nivel de esta escuela sea el más alto posible y atraigamos a niños y niñas no romaníes. En los programas de integración, 'se alienta' a los padres romaníes a inscribir a sus niños en clases de integración. Se les hacen ver ventajas como el transporte escolar, la donación de prendas de vestir, etc. La verdad, es que realmente no se les deja elección. Sin embargo, los niños romaníes de 7 u 8 años inscritos en estas clases de integración están angustiados, no dominan la lengua búlgara, ocupan las últimas filas. La consecuencia, en el mejor de los casos, es volver a una escuela como la nuestra y, en el peor, el fin de una escolarización apenas empezada."